lunes, 3 de agosto de 2009

Aquellos maravillosos años.

Eramos niños de verano azul, niños que hemos ido floreciendo y estamos viendo las semillas crecer.
Los renacuajos, se van haciendo ranas, y pronto con un beso se convertiran en príncipes. Príncipes azules, rompedores de corazones.
Nuestra flor, se esta marchitando, la luz no nos llega con la misma intensidad, y lo que antes nos revitalizaba ahora nos apacigua.
Sorprendente pero cierto, nuestras inquietudes cambian, nuestras diversiones lo hacen también.
Ver crecer a los bebitos, puede hacernos sentir mayores, más aún cuando rejentas los mismos ambientes que entonces.
Pero desgraciadamente, yo sere una vieja verde, de esas que como anita obregón, se siente una adolescente con 50 años.
Estaros preparados porque quien avisa no es traidor

5 comentarios:

clubtelemed dijo...

Me prepocupan tus reflexiones... eres capaz de cualquier cosa!

¿Sabes lo que tienes que hacer? programarte cn Juanlu viajes juntos aunque sea de fines de semana a cualquier parte de Europa!!!

Anónimo dijo...

yo no libro las guardias

clubtelemed dijo...

Estas reflexiones podrían ser made in eugenia!!!
Juanlu preparate!!!


Últimamente tengo el umbral de tolerancia machista muy bajo. Antes pasaba por encima de determinados comentarios, no saltaba a la mínima provocación e incluso reconozco haberme reído con según qué chistes. Ahora no paso ni una. No sé lo que me sucede, pero me gusta. Hace un tiempo leí en 'El Mundo' una noticia de Rafael J. Álvarez sobre el machismo en su fase adolescente y la indignación me requemó la sangre.

El machismo nos rodea, nos condiciona y nos sepulta bajo un montón de prejuicios que no van a ningún sitio y que son una prisión sin barrotes para las mujeres.

Sin ir más lejos, recuerdo una vez que llevaba en mi coche a un joven que se había empeñado en conocer "mi casa". Ya se le veía venir de lejos: dotado de una extraordinaria verborrea, de explicaciones para todas las preguntas, de soluciones para todos "mis" problemas... El caso es que me dejé confundir por la noche, la luna llena y una copa que no me tenía que haber tomado y allí estábamos.

En el garaje me soltó la primera perla:

-"¿Y vas a ser capaz de aparcar el coche entre dos columnas? Si quieres te lo aparco yo", dijo solícito. Le fulminé con la mirada, pero en su nebulosa alcohólica debió confundir mis puñales con ojos de pasión y me hizo dos carantoñas. "Tú lo que tienes que hacer es ir buscándotela en los pantalones, majo, a ver si te la encuentras", pensé. Manda narices. Cinco años aparcando mi vehículo sin un sólo rasguño entre las dos columnas de mi plaza y ahora viene éste a poner en duda lo que puedo o no puedo hacer.

Se la perdoné porque vivo en casa Cristo y me sabía mal ponerle en la calle a las cuatro de la madrugada. "Serán los nervios. Vamos a darle otra oportunidad", me dije, y subimos a mi apartamento.

Allí hizo una inspección ocular rutinaria, aprobó en general mi guarida, pero a los cinco minutos, no se pudo contener más y le poseyó la vena supermán que algunos hombres llevan dentro.

-"Aquí lo que tenemos que hacer es cambiar este suelo por tarima". ¿Tenemos? "Vamos a pintar esta pared con unas plantillas, ya verás, va a quedar preciosa". ¿Vamos? "Habría que poner el despacho en esta habitación y tirar este muro, ya verás qué salón queda". ¿A quién le queda? Porque que yo sepa, no te he pedido una consulta de interiorismo ni una clase práctica de conducir. ¿Y qué es eso de "vamos" y "tenemos"? ¿Cuándo te he pedido que te cases conmigo?

Con la libido ya en los talones sopesé mis posibilidades: la primera, mandarle a su casa sin más y pasar el resto de la noche haciendo examen de conciencia a ver por qué siempre elijo al capitán de los patosos. Y, segunda, recordarle a qué veníamos y dejar claro que una cosa es una noche y otra muy distinta un contrato de por vida.

Al final, opté por la segunda y me puse un poco seria:

-"Bueno, si lo sé vamos a un hotel... Yo pensé que veníamos a otra cosa, pero si no te apetece te llamo un taxi y en paz". La amenaza de desplante nunca falla y automáticamente pasó de tomarle medidas a mis paredes para tomárselas a mis caderas.

Cuando se lo conté, mi compañera Julia, que tiene todavía el umbral de tolerancia más bajo que yo, se llevó las manos a la cabeza.

-"¿Y al final te lo llevaste a la cama?".

-"Qué quieres, hija. Cuando se dio cuenta de que no necesito que me salven la vida se quitó los pantalones y, machista o no, te voy a decir una cosa, lo mejor del muchacho no era su capacidad para imaginarse redecorando mi vida...".

clubtelemed dijo...

De viernes x la tarde a domingo x la nit!!!

Os podeis escapar algun finde y ver mundo!!!
Haz q Juanlu suba en avion XD

Anónimo dijo...

Tengo que perder como sea los dos kilos que me sobran. Me los he puesto encima de la manera más tonta, en 15 días y, encima, contraviniendo todas las leyes de la biología. ¿Pero no dicen que follar adelgaza? ¿Entonces por qué yo engordo? La verdad es que desde que conocí a Bruno lo mío con el sexo y la comida es una autopista de doble sentido que sólo comunica dos localidades: Villa Polvo y Villa Atracón.

Bruno es un repostero amigo (concretamente ex novio) de mi hermana Casandra (¿os he contado que mi padre era catedrático de Griego y un enamorado de los clásicos?), con el que se reencontró recientemente y que me presentó hace unas semanas.

-"Pruébalo, tonta, te va a encantar", me recomendó 'sotto voce' con un guiño (es más generosa...). Y yo, que nunca le he prestado a la pobre ni una camiseta mía, aproveché la oferta y lo probé, vaya si lo probé. Y repetí, una, otra y otra vez. Creo que, en el fondo, lo de Casandra no ha sido un gesto desprendido, sino más bien una venganza; como ella no engorda nada...

El caso es que Bruno se descubrió como un amante entusiasta, incansable y creativo pero, quizá, un pelín goloso. Por ejemplo, un día en mi casa, al principio de nuestro rollito culinario, empezamos a hacer una tarta de calabaza que terminamos dándonosla de comer con las manos el uno al otro mientras nos entregábamos a otros placeres. Y Bruno, cuanto más se emocionaba con lo que hacíamos, más tarta y más deprisa me metía en la boca. En vez de en orgasmo, aquello casi acaba en coma diabético.

Pero hay precedentes. Una vez leí una entrevista en la que Catherine Zeta-Jones decía que lo único mejor que el sexo era el sexo con chocolate. Y yo firmo debajo de esa frase: es absolutamente cierto.

El pasado fin de semana fui a verle a la pastelería donde trabaja ("mi estudio", como dice él pomposamente) y, después de echar la persiana, nos quedamos dentro probando bombones, cremas de cacao (que lamíamos de todo lo que se nos ocurrió mojar con ellas... echadle imaginación) y virutas de chocolate blanco con las que Bruno espolvoreó artísticamente lo más frondoso de nuestros cuerpos.

Al final, peguntosos, exhaustos y empachados tuvimos que limpiar el suelo, en el que lo de menos eran los restos orgánicos.

Yo he intentado reconducir este hambre orgásmico hacia terrenos hortofrutículas menos calóricos, pero sin mucho éxito. Como anoche, cuando le prometí que me comería todas las cerezas que pudiera colgar de su pene erecto y conté 25 pares ¡50 cerezas! Pero es que, además, todavía fue capaz de sostener ¡una capa de nata montada por encima!

Nada, como veis, no hay manera. Así es que he puesto un poco de distancia en esta relación y, hace un rato, cuando me ha llamado para quedar le he dicho que no podía ser, que me he puesto a régimen.

Durante una temporadita voy a separar radicalmente el sexo de la comida. Aunque... bueno... ¿alguien sabe si el lubricante engorda?